lunes, 13 de abril de 2009

De calaveras y almendras

¡Hola, gente!

La palabrista Juliette tiene nueva propuesta de deberes. Yo sólo me encargo de transmitirla en su nombre...

Los elementos para el nuevo cuento son:

-Un campo de almendreros
-Una calavera

Venga, ¡sacadle brillo a la imaginación!

4 comentarios:

  1. Esta mañana anda doliéndome una muela. Pedro dice que eso es un buen augurio, que prepare los bolsillos, que vienen dineritos. Tal vez es el momento y papá me aumentará la paga de una vez; se habrá dado cuenta, espero, de que he ido creciendo y que ahora necesito algo más de dinero para poder invitar a mi prima a una horchata ahora que enseguida llegará el calor, o a un helado de los que tanto le gustan. A papá no le hace ninguna gracia que estamos juntos tanto tiempo, pero es que siempre me hace reír, y es tan guapa que no he encontrado aún ningún horizonte más hermoso al que mirar.

    A veces, cuando viene a buscarme por las tardes y paseamos por donde los almendros, voy buscando palabras por entre las piedras para hacerla sonreír un poquito. Es tan bonito ver cómo brilla el sol en sus ojos.

    Aunque me duele esta muela, si esta tarde me ofrece otra vez tomar un poco de su helado, lo aceptaré. ¿Cómo voy a decirle que no, si cuando lo hago se burla de mí y me busca las cosquillas y acaba enredándose entre mis brazos hasta que tomo un poco de helado, directamente del cucurucho o, a veces, de sus labios?

    De vez en cuando, mi prima se sienta bajo los almendros, y se queda contemplando el mar, que es como una raya de agua que normalmente, depende de la altura a la que juega el sol y de la bruma que llega desde las montañas, se confunde con el cielo y parece entonces que mi prima va a convertirse en barquito de papel y va a lanzarse a navegar como una gaviota. Y entonces tengo ganas de abrazarme a ella para que no salga volando, para que se quede a mi lado jugando a soñar palabras.

    Esta tarde vendrá; ayer llamó por teléfono para pedirme que la esperara y para anunciarme que tiene un regalo para mí. Me duele esta muela, pero la espero impaciente. Papá me ha repetido siempre que no trate de entenderlo todo, que las cosas a veces suceden, que la vida tiene sus propias normas. Por eso los almendros florecen, y luego de repente pierden sus flores y dejan en la boca ese regusto amargo de su fruto. Ariadna surge así de repente casi todas las tardes, como la flor de los almendros, y la sigo dondequiera que va, con esta sed de laberintos. No he intentado entenderla.

    A veces me descubre mientras la miro a través de la luz, tratando de llegar a su centro. La otra tarde me dijo que enterraba mis dientes en el campo de almendros, que así se conservarían todos juntos. Volvíamos del cementerio. Sin pretenderlo, enredando en la arena, habíamos desenterrado una calavera. No conservaba más que un par de dientes. Sí, esta tarde volveré a besarla, y dejaré que mis dientes caigan en la palma de su mano. Si alguna vez muero –papá me explicó cuando murió mi madre que todos morimos un día u otro-, quiero que me entierren allí, junto a los almendros, para poder seguir mordiendo las almendras amargas (y lamiendo su horizonte efímero de flores) una vez haya muerto. Hoy estoy vivo, y trataré de dibujarme en el horizonte, delgadito, como la raya donde navegan los barcos que dibujan los niños en los campos de almendros.

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  2. Los recuerdos duelen en mi cerebro, se clavan en mis pensamientos, me absorben, hieren mi cuerpo, igual que lo hacían tus incisivos, cariñosamente, esa tarde en la que los almendros olían a esperanza.
    El cianuro huele a almendras amargas ¿lo sabías? No lo notaste, no todo el mundo puede olerlo. Te lo bebiste todo, con una sonrisa en los labios (cuánto me dolía verte feliz).
    Te entregué mi vida en ese campo de almendros. Sara nació 8 meses después, mis padres me escondieron de ti y de todos. No quise que me la quitaran, así que huí, corrí hacia tu casa con la niña entre mis brazos. No estabas solo.
    Dicen que es una muerte dolorosa y terrible, la que provoca el cianuro, eso me pareció a mí mientras te observaba, mientras morías, mientras –por una vez- la que reía era yo. Ya sabes el dicho, quien ríe último, ríe mejor.
    Dos hombres te llevaron a cuestas, no costaron demasiado caros, creo que comprendieron mi sufrimiento, vieron en mis ojos lo que escondía con tanto recelo, ese odio que me hacía más bella y fuerte. Tú también lo notaste, pero equivocaste el motivo, creías que mis nupcias con Genaro me habían devuelto a la vida, nunca sospechaste que pudiera ser la venganza, la dicha por saberme ganadora, por la decisión que llevé a cabo esa misma tarde.
    Sara murió. Mi niña. El almendro estaba en flor.
    Os enterré en la misma fosa, el campo de almendros que guarda tu calavera.
    Ses

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  3. - Aquí es. Ya verás.

    De un gesto hábil, frena el coche y gira a la derecha, en un sendero barroso que ella no había visto.
    - ¿Y cómo saldremos de aquí? Con este olivero que tapa la carretera, es un peligro.

    Apaga el motor, abre la puerta, sale del coche y se pone a reír, los brazos abiertos. Todavía sentada en su asiento, ella se quita el cinturón y se calza, murmurando:
    - Seguro que no podemos sacar el coche luego con este barro, qué asco. Y llegaremos tarde para comer, de hecho me extraña que tu madre no haya llamado todavía.

    Sopla, resignada, pero no puede domar la sonrisa que cosquillea su cara, mientras lo mira alejarse del coche, saltando como esta despreocupación natural. A su vez, sale del coche y empieza a caminar por el sendero, levantándose los pantalones para no mancharlos con la tierra húmeda. Sienta bien caminar después de dos horas encerrados en el coche con este olor a Ducados y la radio puesta a tope. Cierra los ojos y respira profundamente el aire perfumado. Quizá conseguirá relajarse, finalmente. A pesar de todo, sabe que él es como un mago y que si se deja guiar por él, no le pasará nunca nada. Le alcanza. Él le sonríe y saca el paquete de cigarrillos, pero le retiene la mano de ella, tiernamente brusca.
    -Espera, no fumes. Mira como huele.

    Las lluvias han visitado esta tierra por primera vez, o al menos eso parece. Por mucho que intente recordar, nunca había visto el paisaje como lo ve ahora. Esta región suena a sequía, polvo, comidas familiares pesadas y ganas de marchar. Es aquí donde el mago se crió, en los albores de la nueva España, en el margen de Catalunya, entre arenas mediterráneas y nieve aragonesa, oliveros y almendreros, pobreza y esperanzas, cerdos y ovejas. ¿Por qué nunca le había contado este olor, esta gama de verdes y la tierra rojiza cuando la acaricia la lluvia? Este árbol tan verde, de cuerpo tan frágil, ¿Qué será? Seguro que ya se lo ha dicho mil veces pero sólo se acuerda de las cosas cuando se fija en ellas por primera vez. La respuesta es un rombo tierno y verde, con pelusa y que se parte en dos. La carne dentro es muy blanca y tan ácida que la escupe al suelo. Pero coge otra. Quiere hincharse de almendras verdes y no llegar nunca para comer. Que se esperen.
    - ¿Qué me querías enseñar?

    La coge de la mano y la guía entre las ramas que se doblan bajo el peso de las almendras. Anda a tientas, mirando el suelo como un buscador de oro. Retrocede, se para.
    - Aquí era.

    Pero ya no hay nada. Entonces se sientan, ella le deja que se encienda aquel cigarrillo y que le cuente la historia de un niño de siete años, corriendo por los campos de almendreros para escapar a la furia de su padre y cayendo al suelo por culpa de una roca, que resultó ser la parte superior de una calavera, y él entonces, olvidándose de su padre y de todo lo demás, había cogido una rama de almendrero y poco a poco había desenterrado por completo la cabeza de un soldado, y al lado había también un fémur, y otra calavera, y una cartuchera, y cuando vinieron los arqueólogos unos días después, encontraron cuatro esqueletos enteros y cartas amarillas nunca llegadas a su destino. Y en el pueblo nunca se habló más del tema, porque, como se lo explicó su padre luego, si empezamos a sacar a todos los soldados republicanos enterrados aquí, también se desenterrarán muchas historias que se hallan muy bien bajo tierra. Ya sabes, la Guerra civil, en los pueblos, es un tema complicado.

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  4. PERDONAD LOS COMENTARIOS BORRADOS!!! LO SIENTOOOO...
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    Su rostro es como un campo de almendros, de una blancura infinita y radiante, sesgada sólo por unos labios de rojo carmesí, inquietos, que absorben calada tras calada del cigarrillo. Sostiene la boquilla con estudiada indiferencia. Seguro que lo ha aprendido mirando las películas de Clara Bow. “¿Quieres morfina? Tengo champán, arriba”, le digo gritando por encima del atronador charleston. Si no fuera porque llevo tres días borracho, diría que me estoy achispando.

    Pero la muy tonta sólo tiene ojos para Rodolfo y para Chaplin, para los que salen en la pantalla y no para un productor, por mucho que sea él quien pone la pasta para esos delirios de von Stronheim y Griffith, o que tenga la llave que abre esta ciudad-decorado. Y pensar que sólo he montado la maldita fiesta para ligármela. De momento, lo único que he conseguido es que me prometiera que más tarde sí subiría al estudio.
    ¿Más tarde que qué?

    Hace rato que está saliendo otra vez el sol, y con la luz comienzan a ponerse en evidencia los signos de fatiga. En las tazas de té casi no queda bourbon, un grupo que había montado una esporádica orgía en la biblioteca duerme ahora como si tratara de una camada de cachorrillos y algunos chóferes han comenzado a llevarse a la concurrencia a sus coches.

    Así que agarró a la chica de la mano -¿cómo me dijo que se llamaba?- y la dirijo hacia el piso de arriba. No opone resistencia, es lista y busca un papel. Si acaso, su palidez está entintada por un ligero rubor. ¡Ay, estas chicas de pueblo…! Me recuerdan a las del lugar en el que crecí. Pero déjalas quince días en Hollywood, y para bien o para mal (generalmente, para mal) se convierten en otras.

    Soy un caballero. Le cedo el paso a mi cuarto, me tomo mi tiempo para descorchar el champán y servir las copas y la observo mientras recorre con la mirada la estancia. Por la claraboya, las colinas despliegan su verde, más Mediterráneo que Pacífico, y la decoración morisca de mi habitación es casi la del palacio de un jeque…

    Me siento en el diván y la miro. Ahora me doy cuenta de lo menuda que es. Roza con la punta de sus dedos infantiles las mesillas, los lacados, sosteniendo de vez en cuando alguna foto –todas dedicadas, todas de estrellas- o algún souvenir de mis viajes. Creo que intenta ganar tiempo, o puede que de verdad le interese lo que ve. Bueno.

    Repara en una calavera.

    - Es un recuerdo de “Los fantasmas del Saloon”. Fue uno de mis primeros éxitos.

    Sonríe y la coge…

    - Ay, pobre Yorick – musita.
    - ¿Has leído a Shakespeare?

    Clava sus ojos en las cuencas vacías de la calavera. La alza y comienza a recitar unas palabras lejanas. “Ser o no ser, ésa es la cuestión…” Y ya no estoy en mi cuarto. Todo se ha oscurecido. Estoy en una Dinamarca tormentosa, debatiéndome afligido por una madre oportunista, una amante desquiciada y un usurpador al trono. Su voz resuena a través de los siglos, en mi interior, sospesando la carga infinita de la existencia, el lastre de los días que pasan y la futilidad del tiempo. Y luego me transporta aún más lejos, a otro día soleado, en un instituto para niños ricos, a una primera representación de Shakespeare, a la responsabilidad y la excitación de los quince años. Al lugar en el que me di cuenta de que haría que mi vida fuera eso, ayudar a crear imágenes para que la gente olvidara que no estamos más que en una historia contada por un idiota, llena de ruido y furia, que no significa nada…

    Se detiene de repente y vuelve a ser otra flapper más, otra anónima aspirante a la fama. Hace el ademán de comenzar a desabrocharse el vestido.

    - En fin, supongo que tú debes querer otra cosa…

    Me recuesto sobre el respaldo, cansado.

    - No. En realidad, no.

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