martes, 17 de febrero de 2009

el túnel


Primera propuesta. Escribir relato de 500 palabras sobre esta imagen. 


5 comentarios:

  1. No es necesario que te escondas. Recuerda que llevas la luz a la espalda como una carga que te delata. Te presiento a la entrada del túnel. Has venido a mi noche por si tal vez oculto tras de mí el tránsito a una realidad distinta, pero permaneces callada a mi orilla como un amante que teme pronunciar palabra por no errar el nombre de los astros y romper los espejos.
    No temas. Tal vez es cierto y esta vez has acudido al lugar equivocado. Tal vez soy ese salto en el tiempo que andabas buscando; tal vez tras de mi piel oscura y húmeda encuentres tu voz. Camina sin miedo. Si así lo deseas.
    ¿Crees que alguien se detuvo a contemplarte al trasluz alguna vez? ¿Guardas en un cajón el esbozo que alguien dibujó de tu ser para ti, tal vez tú misma? Te extrañará sentirme, no lo ignoro. Sé cómo deben de temblarte los dedos de los pies al contacto de la arena fría de mi piel; tal como sé que jamás podrías acostumbrarte a mi existir de túnel. Soy oscuridad, y desde mi oscuridad recorro lentamente con los dedos del viento la luz de tu rostro, la luz que te origina, primigenia en cada gesto, en cada beso ansiado, en cada paso.
    Ven hacia mí si así lo deseas. Descúbrete en mi piel, conócete en el vaho de mi respiración, reconoce tus huellas en mi vientre. ¿Quién sabe, más allá de mí, qué nos acecha? Que tu voz permanezca, grabada a lengua y fuego como un grafiti en los inhóspitos muros de mi ser.
    Temeroso, aunque valiente -como corresponde a mi condición de túnel-, avanzo despacito hacia tu sombra inmóvil. Pareces no escucharme. Tal vez me desafías. No bastan palabras para derruir catedrales, ni simples silencios pueden sanar mis labios.
    Olvida que viniste. Que una noche de invierno te sumergiste apenas un instante en este océano ciego, en este túnel vacuo con huellas de animales y pinturas chamánicas. Olvida, no lo dudes, que tal vez hubiera tratado de amarte como el tiempo ama la arena, para cobrar sentido.
    Márchate. Sin dudarlo. O atraviésame esta noche, si así lo deseas. Pero no trates de asirme: el túnel es ausencia, la luz lo impide todo. Dudo que evites tu condición de agua y permanezcas en mi piel en lugar de dejarte arrastrar por la tierra.
    Ven. Duerme esta noche. Grita. Sé. Si así lo deseas.

    Alberto

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  2. El hombre de la chaqueta gastada y el hombre de los zapatos llenos de arena se han encontrado a medio túnel. Se han observado rápidamente. Una rápida mirada en la oscuridad ha bastado para saber que los dos venían del mismo sitio. El hombre de la chaqueta gastada ha estado a punto de decir algo, pero no lo ha hecho. A juzgar por el aspecto del hombre de los zapatos llenos de arena, habrán pasado el mismo tiempo ahí fuera por sus facciones pesadas deduce que tampoco tiene muchas ganas de regresar. El hombre de los zapatos llenos de arena iba a preguntar algo, pero los ojos derrotados del hombre de la chaqueta gastada le han servido como respuesta. Los dos hombres han seguido andando en silencio, con el paso lento de las cosas inevitables. Al llegar al final del túnel, el hombre de la chaqueta gastada ha levantado la cabeza para mirar fijamente al hombre de los zapatos llenos de arena, que en ese momento hacía el mismo gesto. Se han quedado quietos en el umbral, casi temerosos de pisar la luz. El hombre de los zapatos llenos de arena ha dejado su bolsa en el suelo. No, ha dicho, no voy a volver. El hombre de la chaqueta gastada ha dudado un poco antes de hablar. Yo sí, a mí me están esperando. El hombre de los zapatos llenos de arena ha asentido en silencio y ha alargado el brazo. El hombre de la chaqueta gastada le ha dado la mano con una fuerza excesiva y luego se ha adentrado en la luz apretando la mandíbula. El hombre de los zapatos llenos de arena lo ha seguido con la mirada, ha recogido su bolsa del suelo y se ha adentrado en el túnel, sonriendo en la oscuridad.

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  3. Dicen que, cuando estás al borde de la muerte, te encuentras frente a un túnel oscuro con una luz blanca al fondo hacia la que te diriges. Siempre me llamó la atención que tantos testigos que habían estado a punto de morir hubieran vivido esta experiencia del mismo modo. Siendo médico y con una percepción en esencia científica de la vida, lo que me llamaba la atención era precisamente esa extraña unanimidad respecto a un momento tan crucial, íntimo y solitario, la muerte. Sin embargo, nunca pensé que me sucedería a mí.

    Y aquí estoy, sí, en el túnel. He oído hablar tanto de él que todo me resulta familiar. La luz al fondo es blanca, brillante. Como todo a mi alrededor está oscuro, no se me ocurre otra cosa que caminar hacia ella... De repente, un pensamiento cruza por mi mente. Si estoy en un túnel, ¿no podría acaso mirar hacia atrás, donde supuestamente habría otra luz blanca y brillante, otra salida? Pero no me giro. Inmóvil, sólo huelo a humedad y oigo las gotas que caen en alguna parte de las sombras.

    No sé cuanto tiempo pasa. No veo nada más que la luz, pero oigo cada vez más ruidos, detalles sonoros de todo lo que me rodea. Me imagino a pequeñas ratas como las que solía descubrir entre las vías esperando el metro. Intuyo que éstas se mueven cerca de mis pies, correteando, ajenas a la luz. Yo en cambio no puedo dejar de sentirla, de mirarla. La observo sin parpadear, durante mucho rato, tanto que me empiezan a escocer los ojos. Los cierro y abro unas cuantas veces con fuerza para desentumecerlos, miro hacia otro lado. La imagen del resplandor persiste en mi retina. Veo la forma redondeada de la boca del túnel mire donde mire. Se mueve con mis ojos.

    Es inútil, no puedo escapar de la luz. Voy a morir.

    De repente, dos figuras aparecen recortadas sobre el blanco de la abertura. Se van haciendo mayores. Se acercan a mí. Es extraño. No deberían estar ahí. Nadie habla de haberse encontrado a otras personas en su camino hacia la muerte. Aunque, bien pensado, tampoco creo que hablaran de ratas. Y sí en cambio de recuerdos, de flash-backs que de repente te iluminan sobre todo tu pasado, que de repente te obligan a enfrentarte a todo lo que has vivido, a todas las decisiones, a todos los errores, las pérdidas, los azares, los buenos momentos, los seres queridos que dejas atrás y los que te dejaron hace ya mucho tiempo. Yo no tengo estos recuerdos. Es decir, sí los tengo, pero soy yo quien los está convocando. Ninguna fuerza extraña actúa sobre mí. Las dos personas están tan cerca que empiezan a difuminarse en la negrura. ¿Desaparecerán? ¿Pasarán a ser meros sonidos junto a las ratas, las gotas de agua, el eco de sus pasos?

    -¿Está usted bien? –me dice uno de ellos.
    -Ha sufrido un accidente de coche, pero no se preocupe, una ambulancia viene hacia aquí. Vamos a colocar un triángulo junto al vehículo. –me explica el otro.

    Mis ojos se cierran. caigo al suelo desmayado. De repente, estoy en un túnel. Una luz brillante me atrae hacia el fondo.

    Cambioderasante

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  4. Llevaban ya tiempo observando la orilla negra que les lamía los pies, sin decidirse a dar el primer paso. El túnel se alargaba blandamente hacia el fondo remoto, donde una luz brillaba como una guía celeste. Ella estrechó la mano de su acompañante y dijo:

    —¿Tienes miedo?

    Él se giró para mirarla y reflexionar.

    —Creo que sí. ¿Y tú?

    —Yo también.
    Volvieron a mirar al túnel. La luz del fondo crecía. A ella le inundó la sensación de déjà-vu y se estremeció un poco.

    —¡No te olvides de mí!—le dijo ella de pronto, con los ojos muy abiertos.

    —¿Olvidarme de tí? ¿Cómo podría olvidarme de tí?

    Ella tardó en contestar. Parecía sumergida en un silencio cargado de palabras en llamas. Suspiró profundamente antes de decir:

    —Si tú supieras la de veces que me han olvidado...

    —Pero, ¿cómo es posible que te olviden? No lo entiendo.

    —Es que al otro lado, con el tiempo, puedes volverte loco.

    —¿Ah, sí? ¿Pero, cómo?

    —Ya lo verás. ¡Prométeme que no te olvidarás de mí, pase lo que pase!

    —Lo prometo, claro que lo prometo, pero, dime...

    Ella lo miró en silencio antes de cruzar el umbral. Él la siguió temblando, con trozos de preguntas en la boca. Pero sólo alcanzó a escuchar, cuando la luz ya lo había inundado todo, que del otro lado del túnel gritaban:
    —¡Es un niño! ¡Es un niño!

    Stella

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  5. Jacobo López Velasco, 48 años, comercial en paro, arqueó una ceja impaciente mientras observaba al portero revisar la lista de invitados por tercera vez.

    -¿Nada?

    -Le repito que su nombre no figura en la lista, señor López.

    -Tiene que haber un error.

    -Mi jefe no comete errores. Si su nombre no aparece en la lista, usted no está invitado.

    Jacobo López Velasco dedicó al portero una mirada entre incrédula e indignada.

    -¿Sabe usted por lo que he pasado para llegar hasta aquí?

    -No. Pero intuyo que va a contármelo.

    -¿Sabe lo que es estar sentado en un bar, tomado unas tapas y una cerveza, y sentir de repente cómo se te atraganta un hueso de aceituna? ¿Sabe lo que es notar que te falta el aire y te ahogas sin remedio? Todo ha desaparecido de mi vista al instante. Después sí, he comenzado a ver algo: un túnel largo, vacío, inquietante. Y al final del túnel, una luz blanca. Una luz cálida, cómo diría, llena de paz... ¿Sabe a lo que me refiero?

    -Esa escena me resulta familiar.

    -La luz me ha traído hasta esta puerta. ¿Y usted me dice que me quede aquí?

    -No la tome conmigo. Yo no decido quién puede o no puede entrar.

    -Y ahora, ¿qué hago yo?

    -Desande el camino. Siga el túnel al final de la luz. No tiene pérdida.

    -¿Quiere que vuelva abajo? Allí no me espera nada. Mi vida es un auténtico asco... ¿No podría hacer la vista gorda?

    -Mi jefe se pondría furioso.

    -¡Convénzale para que me deje entrar! Quizás si usted me recomienda...

    El portero quedó pensativo unos segundos. Fueron sólo dos, a lo sumo tres; pero Jacobo López Velasco creyó vivir una eternidad antes de que el portero hablara por fin.

    -Mire, me ha caído usted bien. Déjeme su tarjeta de visita y veré qué puedo hacer.

    -Es usted un amigo, señor...

    -Llámeme Pedro. Y ahora va a tener que despejar la puerta. Venga, le acompañaré hasta la salida.

    Jacobo López Velasco y Pedro el portero recorrieron el túnel en silencio. Cuando llegaron al final del trayecto, Jacobo López Velasco fue el primero en hablar.

    -¿Volveremos a vernos pronto?

    -Antes de lo que usted cree. El tiempo pasa volando allá abajo, señor López.

    Tras un momento de incertidumbre, Jacobo López Velasco logró expulsar el hueso de aceituna que se había atorado en su garganta. Tosió. Tomó una bocanada de aire. Tranquilizó a los vecinos de las mesas colindantes, pagó la cuenta y salió del bar.

    Caminaba pensando que una segunda oportunidad no se le brinda a cualquiera, así que debía aprovecharla. Perdido en sus cavilaciones, no reparó en la mujer que regaba las plantas varios metros por encima de él. Mucho menos vio que la mujer, en un descuido, acababa de empujar al vacío una maceta que impactó directamente sobre su cabeza.

    Jacobo López Velasco, 48 años, comercial en paro, cayó desplomado. Todo desapareció de su vista al instante. Después sí, comenzó a ver algo...

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